lunes, 18 de marzo de 2013

BELTRÁN PAGOLA

MUCHOS han sido los músicos que han nacido en San Sebastián y entre ellos brilla con luz propia el maestro Beltrán Pagola. Quienes le conocieron y siguieron de cerca sus pasos dicen de él que fue un niño prodigio. Uno de sus críticos, Juan Urteaga dice que su nombre empieza a «sonar cuando San Sebastián, tras el derribo de sus murallas, pasa a ser una ciudad moderna. En los salones de las casas encopetadas se hace música por aquel entonces, a la mane ra con que hoy se reúnen las veladas en los centros de cultura, y en la intimidad de las casas que hoy llevan los apellidos de los donostiarras más donostiarras, ensayó, siendo niño, sus primeras interpretaciones de música».
Su vocación quedó determinada al trazar el paralelo con otro artista al que también San Sebastián debe muchísimo: Alfredo Larrocha. Juntos crearán todo lo que de naciente impulso tiene la ciudad respecto a la música; y poco a poco van surgiendo los conciertos del Casino, el Trío Donostiarra, con don César Figuerido; la Academia de Bellas Artes, situada entonces en la calle Euskal Erria; la labor de profesorado, enseñando la moderna técnicai del piano y sus atisbos de compositor, que también corren paralelos con la de un contemporáneo y discípulo suyo: José María Usandizaga.
El fuego destruyó la Academia de Bellas Artes, que siguió su artística vida en lo que habían de ser los locales que ocuparía la fábrica de tabacos, en la calle Garibay, y que luego serían las oficinas de la Caja de Ahorros Provincial. Pagola allí sobresalió como artista y más tarde en el Conservatorio, que entonces estaba en la calle Easo. En las tres etapas (Parte Vie ja, calle Garibay y calle Easo), «la historia de la ciudad se ha llaba viva en la estampa de don Beltrán Pagola».
Fue un artista completo, que cultivó todas las formas de la música; el lied, la canción, el motete, la sonata, la suite y la sinfonía vasca reforzada por la manera de ser de Pagola, y da da a conocer bajo su dirección primero en San Sebastián en 1949 y por Pablo Sorozabal en Madrid.
Fueron muchísimos sus alumnos de piano y de composición cuyos nombres van unidos al teatro, a la música religiosa, al género sinfónico, al concierto y a la pedagogía: José María Usandizaga, Norberto Almandos, José María Iraola, Juanito Tellería, Pablo Sorozabal, Francisco Escudero, Juan Urteaga... 
Murió en julio de 1950 y a sus honras fúnebres acudió medio San Sebastián, pués aquel hombre, sencillo y modesto era amigo de todos. El cronista le recuerda paseando por La Concha acompañado de su hijo, el que sería abogado del Estado.

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